Periódico ‘El Porvenir Castellano’ (1912).
Dirigido por su amigo José María Palacio, Machado colabora en él de 1912 a 1916.
Mireno
Es innegable el resurgimiento de la vida española, la mayor actividad para las ciencias, para las artes, para la industria, el nuevo afán de cultura, la afición a la crítica, a la investigación, al método, a la disciplina espiritual. Como despertarse de un sueño malo y tenebroso, el hombre de la pobre tierra de España ha sentido sed de luz, de constancia. Esta aspiración ha provocado un esfuerzo y este esfuerzo ha creado una energía. No es la España de hoy la España anémica y visionaria que marchó a un desastre sin grandeza al son de una charanga bullanguera. En las aulas, en los ateneos, en el periódico, en la clínica del médico, en el taller de artesano, en la plaza pública, aun en el seno de la masa rural, echaréis de ver este incremento de fuerza, de salud, de vitalidad. Solo en una esfera de la actividad española lo buscaréis en vano: en la política.
La política ha permanecido estacionaria, insensible al rudo golpe que puso al resto del organismo social en contacto con su conciencia. La política es hoy lo que fue ayer, momificada y empedernida, incapaz de renovarse, perecerá por imperativa.
La aparente indiferencia del pueblo por los llamados ideales políticos, guarda en su seno un desprecio preñado de rencor, es un sabio desdén, fruto maduro caído a nuestros pies del árbol de la experiencia. El desprecio que emana de la conciencia, no de la vanidad, es una fuerza que no puede medirse, pero que sería absurdo negar.
La llamada masa neutra, cuya indiferencia en materia política inquieta a los caciques afanosos de sufragios, ni es neutra ni es indiferente. En ella está toda la energía española, toda la pasión por el ideal, toda el ansia de nueva vida; porque esos hombres incapaces de militar en ningún partido, que rechazan con indignación la etiqueta de liberal, conservador o lerrouxista, y que no aceptan la humillación de llamar jefe a ningún intrigante afortunado, son los hombres que piensan y sueñan, educan y trabajan, y se llaman Unamuno y Menéndez Pidal, Manjón y Giner de los Ríos, Cajal y Benavente; son el maestro, el sacerdote, el poeta, el médico, el investigador, el comerciante, el obrero, el labrador, son la España viva y fecunda que depura la tradición y prepara el porvenir.
Toda la intelectualidad española está hoy de hecho fuera de la política y en ella no tiene intervención alguna; fuera de la política está la burguesía útil y laboriosa; fuera, también, la población obrera-ciudadana y la trabajadora campesina. Esta es la masa neutra, es decir: España. Sobre ella, los profesionales de la política forman una vasta colonia paritaria. Mientras unos hacen la patria, otros se la comen. Y cuando el político de oficio enarbolando su banderín descolorido pide sufragios como pudiera pedir garbanzos para su puchero. A cambio de ellos – votos o garbanzos – da palabras huecas, expresivas de otras tantas supersticiones.
Sabemos el fracaso irremediable de todos los programas políticos y que en ninguno de ellos se atiende a las cuestiones vitales. Que Canalejas realice su programa o no lo realice, es cosa que comienza a tenernos sin cuidado. Secularizad los cementerios, proclamad la libertad para el culto, decretad el matrimonio civil, arrebatad al clero la enseñanza, ¿qué habréis conseguido? Nada. Esa batalla al clero que figura en todos los programas avanzados es una de tantas supercherías con que se agita y engaña al populacho.
Hay muchos españoles que profesan la religión católica; cuando mueran se les enterrará bajo una cruz.
Hay otros españoles que ni son católicos, ni profesan religión determinada. Si estos hombres hablaran sinceramente, os dirían: Que cuando muramos se nos entierre en profano, en sagrado o en último caso, que no se nos entierre, lo mismo nos da.
Si aceptamos el matrimonio como lazo indisoluble – tal es, sin duda, nuestro caso – ¿por qué aceptar la fórmula civil y no la religiosa? Si fuera de la enorme masa católica no existe en España otro núcleo de creyentes con religión distinta – como acontece en otros países – ¿de qué nos serviría la libertad de culto? Si los maestros laicos no han demostrado hasta la fecha mayor cultura, más vocación y más amor a la enseñanza que los maestros católicos, ¿qué conseguiríamos con arrebatar a los curas la enseñanza? Que el maestro se vista por los pies o por la cabeza es cosa de poca trascendencia.
Escuchad a los tradicionalistas y os hablarán de bellas irrealizables utopías, de regresiones imposibles; admiraréis esos cerebros absurdos, enmarañados, donde no se concibe el porvenir sino como reproducción exacta de lo pasado, sin perjuicio de incluir en el pasado todo el contenido del presente. Os dirán: España fue grande con la tradición; afirmación ambigua que equivale a decir: la grandeza de España consistió en mirar, como vosotros hacia atrás.
Volved la vista a esa turba vocinglera de republicanos: El régimen es el mal. La República es la salvación de España. ¿Por qué? Preguntaréis. ¿Cómo una forma de gobierno por perfecta que sea, puede cambiar nada esencial? Inglaterra es el pueblo más monárquico del mundo y es el más poderoso. Repúblicas son Guatemala, Honduras y El Ecuador donde se vive por milagro y se anda en dos pies por misericordia divina.
Seguid repasando credos políticos y en todos ellos descubriréis el absurdo, la oquedad mental, el fruto de la ineptitud y de la pereza, la ausencia absoluta de conservación de la vida, la fatua ignorancia adornada con plumas de pavón.
¿Qué existe un problema religioso? Sin duda. ¿Y un problema pedagógico? Evidente. ¿Y un problema de pan? Ciertísimo. Pero ¿qué saben de ello los políticos? Trepadores, cucañistas, rampantes, hombres de acción, en el peor sentido de la palabra, solo merecen el desprecio de los hombres sensatos y laboriosos. He aquí un estado de espíritu que empieza a ser un estado de conciencia en el pueblo español. ¿Indiferencia? No. Hostilidad desdeñosa, madura y reflexiva.
Ahora bien, ¿puede un pueblo desentenderse en absoluto de cuanto atañe a la política? No. El desdén hacia los políticos no puede convertirse en desdén hacia la política. Esto equivaldría a poner en manos de la ineptitud la función directiva. ¿Cuál es, pues, el problema? Sin duda la creación de una clase directora. Para ello solo hay un camino: la cultura. El problema político es solo una fase del magno problema cultural.
Antonio Machado
[1 de julio de 1912]